Miércoles 23 de diciembre de 2009. Salgo de la flamante sala de 3D del cine Antiguo Berri de Donostia con dos inquietudes.
Primera inquietud: ¿se me pasará pronto el dolor de cabeza producto de llevar puestos dos pares de gafas (las mías y las de 3D) durante 2 horas y media?
Segunda inquietud: ¿realmente es éste el futuro del cine como pronostica (amenaza) el multioscarizado y megalómano pope del cine-espectáculo James Cameron?
La primera inquietud se despeja al poco rato, una vez mi visión se acomoda a las entrañables 3 dimensiones del mundo real. La segunda es bastante más complicada de resolver.Curiosamente, como luego explicaré, ambas cuestiones pueden estar intimamente relacionadas. Pero vamos con “Avatar”, la película. ¿Es un concepto radicalmente nuevo de cine como defiende su director? Pues si y no. Me explicaré.
En 1991, con su más que estimable “Terminator 2”, Cameron revolucionó el mundo del cine-espectáculo al mostrar las posibilidades (virtualmente ilimitadas) de los efectos especiales generados por ordenador. Los FX digitales de esta cinta pueden ser contemplados con cierta condescendencia por el espectador de hoy en día pero el impacto de la cinta es incuestionable y, tanto por su excelente guión como por su pericia narrativa y dominio del ritmo, el filme de Cameron sigue siendo una obra absolutamente disfrutable por los aficionados del cine de acción y ciencia-ficción. Es decir, ha envejecido bien.
¿Envejecerá igual de bien “Avatar”? Sinceramente, lo dudo mucho. El guión tiene muchos agujeros y la trama es muchísimo más elemental que la del filme anteriormente citado. No pretendo decir que “Terminator 2”, no tuviera fallos de guión pero en esa cinta, Cameron conseguía que pasaran inadvertidos manteniendo en todo momento la imprescindible “suspensión de la incredulidad” (que el espectador se crea lo que ve, vamos). En “Avatar”, el interés de la producción gravita de tal manera en torno a la generación de los efectos 3D en aras de procurar al espectador una experiencia única que factores tales como la coherencia argumental pasan, no ya a un segundo plano, sino directamente al olvido.
“Avatar” es pirotecnia y “Terminator 2” era cine. Cine palomitero, de acuerdo, pero del bueno. Esa es la diferencia. Pese a ello, las cifras de recaudación de esta cinta sobre una cultura alienígena amenazada por la colonización terrestre han sido tan arrasadoras como Cameron pretendía (y eso que el listón establecido con “Titanic” 12 años antes estaba muy elevado).
Sobre la historia en sí, el filme narra la llegada al planeta Pandora de las fuerzas colonizadoras terrestres que pretenden extraer un valioso mineral del mismo. El único inconveniente es que en ese planeta plagado de densas selvas habitan los Na’vi, una civilización indígena que no está muy por la labor de dejarles esquilmar su habitat alegremente. Para conocer al enemigo desde dentro y “convencerle” de la bondad de sus intenciones colonizadoras, varios de los miembros de la expedición introducen sus mentes en réplicas vivas de sí mismos con los rasgos y cualidades físicas de los Na´vi, ágiles seres azules de 3 metros con rasgos felinos, grandes aptitudes para la caza y la lucha, unidas a una gran espiritualidad y un profundo amor y respeto por la naturaleza con la que forman un todo.
El héroe de la cinta, un ex-marine parapléjico, al introducirse en su avatar y conocer desde dentro la civilización Na’vi, quedará prendado de la misma, y se tornará un encendido defensor de ese mundo que su deber para con su planeta le obligaría a destruir, convirtiéndose en el adalid del pueblo indígena y conduciendoles a la batalla contra el invasor. ¿Os suena de algo todo esto?. Mezclad una pizca de “Un hombre llamado caballo” con algo de “La selva esmeralda” y “Bailando con lobos” y elementos de la historia del líder inca Tupac Amaru y su lucha contra los españoles, y veréis que Cameron tampoco se ha roto mucho la cabeza para crear la mínima trama que sirve de excusa argumental al despliegue infográfico (impresionante) en el que nos sumerge el director de “Aliens”. La formula es la misma que en las cintas antes citadas: un pueblo indígena amenazado y un occidental (un gringo, vaya) con mala conciencia que se involucra en la cultura nativa, aprende sus costumbres y pronto supera a sus maestros para convertirse en su líder contra el pérfido imperio colonizador (al que él pertenece pero que rechaza para ponerse de parte del “buen salvaje”). Todo ello salpicado por un mensaje ecologista de perfil bajo y onda New Age y una cierta condescendencia para con las culturas indígenas.
Y es que bajo un cierto tinte de progresía y “buenrrollismo” políticamente correcto, no puede dejar de asomar en este tipo de produciones USA un trasfondo absolutamente reaccionario y conservador: los indígenas son admirables; sus culturas, fascinantes y sus derechos inviolables… pero, por sí mismos, son incapaces de protegerse y tiene que venir alguien producto del mismo imperio que amenaza con destruirles para convertirse en su caudillo y conducirles por un camino, tal vez victorioso, pero necesariamente distinto al que ellos habían ido construyendo generación tras generación.
Y es que, bajo la apariencia de una crítica al colonialismo USA, lo que se nos está colando es un mensaje realmente perverso. Aparentemente, se nos muestra cómo el Imperio (el Sistema, si queremos llamarle así) produce monstruos, genera una maquinaria militar y política carente de piedad, con “malos” de guardarropía lo que, de forma epitelial, supone una autocrítica y una puesta en cuestión de los mecanismos imperialistas del país que ha producido la obra cultural (“Avatar” en este caso). Pero, realmente, se nos está contando algo muy diferente: el héroe (el gringo que se integra en la civilización indígena) se nos presenta solapadamente como un miembro de la élite moral del Imperio con lo cual indirectamente se legitima al mismo. El punto decididamente perverso de la premisa argumental es, como mencionamos antes, que la civilización en peligro necesita ser acaudillada por el estandarte de dicha élite moral para preservar su libertad y protegerse del invasor. No voy a insultar vuestra inteligencia poniendo ejemplos del “mundo no-virtual”. Basta con echar un vistazo a la política exterior norteamericana de los últimos años, ¿verdad?.
Dejando aparte estas disquisiciones, “Avatar” es un fascinante espectáculo visual… que dentro de 10 años nos parecerá casi primitivo, teniendo en cuenta la velocidad a la que evoluciona la técnica infográfica y de 3D. Eso sí, Cameron ha sido capaz de crear un mundo y como un demiurgo cinematográfico sumergirnos en él. Un punto a su favor. También ha sido capaz de generarme un buen dolor de cabeza. El uso de gafas especiales para una proyección de duración estandar es bastante engorroso (ya seas miope o no) lo cual creo que supone un pequeño handicap para que este tipo de proyecciones se generalicen. Por otra parte, una película de corte intimista, por ejemplo, dudo que se beneficie de esta parafernalia tridimensional (antes al contrario). Como decía un amigo mío, Cameron ha trasladado el concepto de espectáculo audiovisual propio de un parque temático a una sala de cine. ¿Ese es el futuro del 7º Arte? Espero que no.