Historia rosa sobre fondo gris
“¿Qué impulsa a un hombre a bajarse anticipadamente de un tren y ocultarse en un pueblo de mala muerte?”.
Con la modesta curiosidad de despejar esta incógnita, iniciamos la lectura de La buena suerte, de Rosa Montero, novela publicada por Alfaguara (Penguin Random House) en 2020. Ambientada en un viejo pueblo minero, empobrecido, feo y decadente, la historia progresa en torno a dos ejes principales:
El primero: una historia romántica digna de Corín Tellado: millonario atormentado, de incógnito, conoce a chica pobre y vulnerable, muy necesitada de amor….
El desarrollo de esta parte de la trama, interpretada en La buena suerte por unos personajes de índole más bien gris y sufridora, podrán imaginarla ustedes sin dificultad (miedos, ilusiones, trabas, dudas, decepciones, alegrías…), pues a buen seguro conocen ya numerosas novelas y películas del tipo ‘chico conoce a chica’.
El segundo: una especie de noir castellano, ubicado en un ambiente opresivo y lleno de peligros, en el que los buenos (adalides del Amor altruista y con mayúsculas) han de defenderse y luchar contra diversas formas de maldad (la agresión irracional, salvaje y desquiciada que el ser humano es capaz de ejercer sobre los otros).
Pero siempre con el ánimo alto, pues ya la contraportada nos dice, muy en la línea de la positividad y la autoayuda:
“Esta novela habla del Bien y del Mal, y de cómo, pese a todo, el Bien predomina”.
Así pues, asistimos durante unos cientos de páginas al cotidiano deambular, que nos parece cansino en ocasiones, de los personajes por las calles polvorientas de este pueblo —cuyo ambiente ominoso es un logro creativo de la obra—, mientras se van trenzando sus historias, sus búsquedas, sus luchas, y también las oscuridades y amenazas que los cercan.
Los buenos sufren y aman, los malos acechan…
Vemos en los personajes un cierto maniqueísmo, ya lo dice uno de los secundarios principales:
“En lo que se divide de verdad la humanidad es entre buena y mala gente”.
En cuanto a los malos, los delincuentes, los desquiciados, en La buena suerte son malvados de verdad, de cuerpo entero. Son personajes planos que actúan con vehemencia, como intentando bordar el arquetipo que les ha tocado interpretar en la película. Y los buenos, de personalidad en teoría más densa, no diríamos que son personajes redondos, sino más bien que están ‘redondeados’ a base de insuflarles (vía recuerdos tristes) una variedad de sufrimientos y traumas pasados, que explican —o así se pretende— su actual situación y acciones.
Pero para ser redondos deberían poder ser también un poquito malos, tener una complejidad de motivaciones, y no solo una pesada mochila de dramas. Por el contrario, los buenos de La buena suerte son buenos a tiempo completo, gente afectiva y bienintencionada que siempre piensa en los demás, pese a sus cuitas y lacras mentales, y que mantiene la ilusión de alcanzar una vida mejor gracias a la lucha y al amor.
La buena suerte, de Rosa Montero, historia más contada que vista
En cuanto a la acción de la que somos testigos directos, nos parece más bien escasa. Casi todo el relato lo recibimos ‘contado’ por los personajes, ya sea asistiendo a las paulatinas confidencias hechas entre ellos, o ya sea —lo más frecuente— oyendo sus divagaciones, lamentos, temores y recuerdos… mientras están dando vueltas a la cabeza, paseando, en la cama con insomnio o esperando. Es un flujo mental abundante, con caídas en lo sensiblero, construido con artificio y destinado a que nosotros, los lectores, podamos oírlo y enterarnos de las cosas.
Y si la narración de hechos —muy subjetiva— está siempre guiada por, y contada desde, el punto de vista y el sentir del personaje; también, a la inversa, el divagar mental de los personajes está invadido por la narradora ventrílocua que desliza en ese flujo mental su propia voz y su sabiduría.
Hay una tendencia en la narración a informar de cómo son las cosas en lugar de hacernos testigos de ellas. Se nos dice, por ejemplo, que un cuarto de baño es “horrendo”, y en ello debemos fiarnos de la valoración de la narradora… Lo mismo ocurre con los sentimientos: de un personaje se nos dice que está “irradiando amor y dicha por cada uno de los poros de su cuerpo”; pero no debemos esperar presenciar esa realidad por nosotros mismos (no se nos hace ver ninguna acción o gesto ilustrativo): la narradora nos informa de que es así y con ello hemos de conformarnos.
Lenguaje fácil, eficaz y poco exigente
La buena suerte, de Rosa Montero, se lee con gran fluidez, sin trabas, con el lector siempre bien guiado e informado, aunque también con razonables dosis de incógnita para azuzar la lectura. Y esa lectura es grata, ‘de corrido’, amena. Si bien, por otro lado, no se puede decir que el trabajo literario de la novela sea muy ambicioso, se ha abandonado en buena medida la voluntad de estilo o la audacia formal, quizá para no molestar al lector con exigencias: el lenguaje usado es sencillo, simple, salpicado de lugares comunes y acentos melodramáticos.
Así, abundan las descripciones o imágenes muy claras, de una afectividad evidente. Por ejemplo que la sonrisa de una mujer ilumine la habitación “como el sol apareciendo tras una nube muy negra”; o que una habitación sea “angosta y larga como un mal año” (el del covid, sin duda…); o que se mencione una pistola como una “pesada máquina de muerte”; o que el sol pinte “pinceladas de oro en la fealdad del mundo”; o que un hombre guarde silencio “sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros”, o que se describa una mesita diciendo simplemente que es ‘’horrorosa”, etc…
“Pese a todo, el Bien predomina”
La idea que resta tras la lectura parece ser: lo esencial de la vida es el amor; sobre todo el tendente a la pareja y a la familia. Sin embargo, en ese ámbito amoroso / familiar (por errores o incapacidad nuestra, o incluso a causa del Mal sin más) se gestan grandes traumas, tragedias y carencias afectivas. Pero no importa, hay que resistir, luchar desde el corazón, seguir buscando el Amor… apostando por que al final la buena suerte nos hará pisar las costas de la felicidad.
La buena suerte, de Rosa Montero es un cuidado cóctel narrativo que ensambla con eficaz artesanía, varias líneas temáticas afines a un gusto mayoritario: el amor y la pareja, los sentimientos siempre al borde del melodrama. También las formas muy actuales de violencia entre las personas, así como el reverso oscuro, maligno, de la naturaleza humana. Todo ello bien ambientado y plasmado de forma amena, agradable de leer, sin especiales pretensiones artísticas ni complejidades, y acompañado con un mensaje —seguramente grato a muchos en estos tiempos— de optimismo en el ser humano, y en la fuerza positiva de la vida y del amor.