No todo va a ser escapismo y entretenimiento. Cada generación necesita expresarse, plasmar sus preocupaciones y realidades en la producción cultural, y también verse y reconocerse en ese mismo escaparate. En este papel de vívido retrato de la realidad cotidiana, triunfan sin duda estas dos películas: Alcarrás (Carla Simón) y Cinco lobitos (Alauda Ruiz de Azúa), ambas de 2022.
En cada uno de los films, una familia (cantábrica la una, mediterránea la otra, con sus diferencias de estilo, clima y colorido) nos presentan con gran autenticidad y sensibilidad para los detalles sus problemas y vivencias cotidianas. Las dos directoras logran con maestría el objetivo de sumergir al espectador en ese mundo de los pequeños sufrimientos e inquietudes humanas, haciéndonos conectar afectivamente, identificarnos, con esas personas genuinas y reales como la vida misma.
El retrato antropológico como argumento
Pasan los siglos pero parece que perdura la orientación de la creatividad hispana hacia el realismo, bien sea el sarcástico y burlón, bien el empático y enternecedor, o bien incluso ese otro, exhibicionista de las propias llagas y miserias, que tanto parece complacernos. Poco dotado para la fantasía, para el argumento, la aventura, la peripecia… el español se recrea en la antropología, en el folclore, en lo humano sufriente… Unas veces con un ademán trágico (Goya, Picaso), otras como sátira o esperpento (Valle, Berlanga), y siempre con gran alarde de espontaneidad, sin formalidades, disimulos o pretensiones; sino tendiendo a lavar la ropa sucia en público y a gritos…
Este estilo deja en ocasiones joyitas como las dos obras que comentamos: son relatos con escaso argumento y muy poco exigentes a nivel formal, de efecto casi documental, muy verista, centrado en los afectos cotidianos: ilusiones, miedos, carencias, amores, obstáculos vitales, decepciones…; de personajes sacados de la media sociológica, en los que todos podemos vernos retratados. Componentes principales: la vida familiar y sus lacras, la maternidad, la pareja y sus altibajos, los problemas económicos, las estrecheces, la injusticia, la falta de perspectivas vitales y de educación… Esencial también resulta la mostración tierna y a la vez dura de la vejez, la enfermedad y la muerte. Como es lógico, en este panorama los sentimientos y las lágrimas están a flor de piel…
En un país, por lo que parece, incapaz de crear nuevas modas, elementos culturales innovadores, mundos o estilos rompedores, esta ficción antropológica se regodea en las costumbres ancestrales, la gastronomía popular, los infaltables mercados tradicionales, las amas de casa con bata y las tías y suegras de toda la vida, con su entrañable hablar. El machismo antiguo, siempre resucitado en los detalles, ha de salpimentar aquí y allá las situaciones. Resultan imprescindibles las canciones folclóricas, así como las fiestas patronales, el baile en la plaza, con la pachanga y alegres borracheras, y su prolongación en el cutrerío de la discoteca de pueblo. Es central el amor a la familia, al pueblo, al terruño; la pervivencia de los saberes agrícolas, campestres, maternales o culinarios, la nostalgia de tiempos mejores a la vez que la lucha por adaptarse a los actuales…
Realidad cotidiana, afectividad y pesimismo
En los países del norte, que llevan dos siglos visualizando España como un espacio atrasado, ancestral, pasional, tradicional, interesante sin embargo en su folclore exótico y costumbres rurales conservadas, este enfoque antropológico les resulta encantador como un cierto complemento auténtico al sol y playa que ya bien conocen… Entre esto y que tanto «Alcarrás» como «Cinco lobitos» son obras excelentemente realizadas y de una afectividad desbordante, no es de extrañar la cosecha de premios y éxitos internacionales.
Pero al final, el pesimismo y la autoflagelación hispana dejan su huella: se percibe en todo un aura de dificultad, de impedimento, de conflicto, de sufrimiento, de pesimismo. Todos los elementos: hijo, pareja, padres, trabajo, vida cotidiana, estructura social o laboral… son campos de minas, donde el dolor o la pérdida rondan siempre a los personajes. Por cada alegría el español se hace siempre merecedor de diez amargas lamentaciones, desgracias o situaciones agrias… Las vivencias negativas y el mucho sufrir curten al personaje (y llenan al espectador de profundos afectos), le hacen madurar y fortalecerse lo suficiente para pasar a otra fase en la que, intuimos, vivirá nuevos episodios de ese valle de lágrimas… Parece que, como decía aquella canción: «La vida sigue igual».
Gracias y enhorabuena por la crítica.