Soy de la opinión (cada vez más extendida a tenor de las últimas críticas que sobre su obra he ido leyendo) de que el principal rasgo autoral de Álex de la Iglesia es que suele partir de buenas ideas que se agotan, como mucho, a mitad de metraje para después acabar sus películas a la buena de Dios, normalmente a base de una atropellada sucesión de persecuciones, porrazos y balaseras.
Esta corriente de opinión que parece haberse generalizado bastante (excluyendo a los medios que han puesto «panojita» en sus producciones) a raíz de unas últimas obras un tanto decepcionantes («Balada triste de trompeta», «Las brujas de Zugarramurdi»…) yo, sinceramente, la trasladaría a toda su obra. La etiqueta de genio con la que muchos críticos le han bendecido, jamás me ha parecido justificada en absoluto…
«Acción Mutante» y «El día de la bestia» eran películas simpáticas que surgieron en un momento en el que la efímera fiebre del cine «caspa» (esa mezcla de serie B o Z con elementos gore, Terror y Sci-Fi de baratillo y gotas de humor negro) estaba en su apogeo entre un cierto sector de público (cuarentones en la actualidad). De la Iglesia aprovechó entonces su oportunidad para destacar comercialmente dentro de un panorama cinematográfico español (el de los 90) bastante acartonado y, a partir de ahí, con presupuestos más holgados ha seguido haciendo básicamente lo mismo: «caspa» pero ahora con pretensiones de autor.
Cuando ha querido alejarse de este esquema (las adaptaciones de «Perdita Durango» y «Los crímenes de Oxford») los resultados han sido bastante más flojos si cabe, así que es lógico que el realizador vasco prefiera moverse en terrenos que conoce y por los que es (re)conocido, sobre todo.
Con «El Bar», nos encontramos con más de lo mismo: una comedia coral pretendidamente negra con un buen ramillete de actores patrios a los que se saca un partido desigual. La premisa argumental es de sobra conocida: un grupo de personajes variopintos y más o menos pintorescos quedan atrapados en un bar de barrio cuando dos de ellos sin motivo aparente son tiroteados al salir. La TV no dice nada al respecto (mentiras más bien), no hay cobertura en los móviles, hay muchas preguntas y ninguna respuesta, todos desconfían de todos, etc. Ya ven, reminiscencias del «El ángel exterminador», «Los pájaros», «REC» y unas cuentas más.
Como de costumbre una buena idea inicial (o, más bien, un buen planteamiento porque la idea está bastante sobada ya) que De La Iglesia agota en media hora y, tras unos cuantos minutos de impasse (usados para que conozcamos mejor a los personajes, supongo), se centra en cuatro de ellos a los que martiriza hasta el paroxismo en una media hora final con las consabidas persecuciones, disparos, porrazos, violencia a tutiplén y un poco de escatología para untar…
Lo peor de todo, un guión con agujeros más grandes que un gruyere, exceptuando un agujero que podría haber sido más grande desde el principio, aunque eso hubiera evitado algún gag presuntamente gracioso (los que vean la película entenderán a que me refiero) y la escasa coherencia de los personajes (una galería de estereotipos bastante sonrojante) que actúan en contra de su propia naturaleza, previamente establecida con cuatro brochazos. Esto se justifica diciendo que en condiciones extremas la gente reacciona de forma inesperada pero, sinceramente, es un cuento difícil de tragar (pasar de intentar cometer el asesinato más cobarde y egoísta a auto-inmolarse por el bien del grupo es una sandez, lo mires como lo mires).
En resumen, lo único destacable de «El Bar» es que por una vez la dicción de Mario Casas es perfectamente entendible.