Nadie quiere la noche (2015), de Isabel Coixet
No sé yo si le hacemos el suficiente caso a Isabel Coixet (en los Goya, por ejemplo), a pesar de la intensidad de sus propuestas; como es el caso de ‘Nadie quiere la noche’ (2015). Otra historia de supervivencia en la nieve; pero que para mi es, de manera precisa, el reverso de la de Iñárritu (curiosamente, a la Kikuchi, coprotagonista aquí, la conocimos en ‘Babel’). Si en ‘El renacido’ prima la espectacularidad de la fotografía, del movimiento de cámara, del montaje; Coixet nos deleita con la sutileza de sus planos sinfónicamente yuxtapuestos. La grandeza del paisaje se impone aquí a la imagen, en vez de ser construida y potenciada técnicamente. El frío, la oscuridad y la soledad parecen percibirse y meterse hasta los huesos. Los supervivientes de Iñárritu son principalmente hombres, las de Coixet, mujeres. Lo que en ‘El renacido’ era heroísmo épico y vengativo -ligeramente banal-, en ‘Nadie quiere la noche’ es el relato de una descomunal arrogancia: la soberbia de los sentimientos caprichosos sobre la sensatez y las circunstancias; el desprecio y superioridad del hombre europeo sobre el ‘nativo’, la prepotencia del ser humano en general, sobre la naturaleza. Esa insensata arrogancia será duramente castigada, pero no como el espectador pudiera esperar, sino interiormente, con un conocimiento que preferiríamos no tener, un saber que apaga, quizá para siempre, las luces que nos encandilaban.
Sinopsis de ‘Nadie quiere la noche’
Josephine (Juliette Binoche), una mujer rica y culta, inicia una expedición al Polo Norte para reunirse con su marido, el explorador Robert Peary. Durante el viaje se encuentra con una humilde mujer esquimal (Rinko Kikuchi). Pese a sus numerosas diferencias culturales y personales, ambas tendrán que unirse para poder sobrevivir a las duras condiciones climáticas de la tundra (FILMAFFINITY).
