Get inside! Llewyn Davis

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En un día especialmente escalofriante de febrero, me enfrento al Problema del Midtown Manhattan invernal.

Me toca matar un par de horas entre citas. Pienso.

No hay tiempo para volver a mi casa en Queens; los museos me quedan lejos para explorar y regresar; caminar, cortando los vientos con mi cuerpo, es impensable; mi dinero es poco para restoranes; los cafés están apretadísimos con refugiados; y no contemplo cruzar el umbral de alguno de los varios Starbucks visibles desde mi posición en la Octava avenida.

(Para quienes no han entrado últimamente, los Starbucks de Manhattan están especialmente deprimentes hoy en día.  Más caros, más llenos de niñitos y gritones, más necesitados de un aseo, más penetrados por la música ‘tween, con cada vez más empleados que saben cada vez menos de café … Por sorpresa, los McDonalds están cada vez mejor.  Menos olorosos, con salones y sillones más grandes, ofreciendo un buen café a un dólar y una buena conexión wifi gratis.  Pero, … ¿qué estoy diciendo?  Me paro y miro al cielo. ¿Qué me estoy diciendo? Midtown West, … ¿dónde estoy? …)

Entonces me acuerdo.  Tengo una tarjeta de la cadena de megacines AMC, un regalo que nunca tengo ocasión de usar.

Eso es. Quiero esconderme en la oscuridad. Quiero ver El lobo de Wall Street. Quiero tragarme los amplios escenarios scorsesianos; quiero beberme la fuerte e intensa orquestación; quiero llenarme con grandes enfrentamientos entre hombres grandes. Quiero triunfo y crisis; quiero sol penetrante y oscuridad total; quiero golpes fuertes y sexo animal.

Quiero el Jake LaMotta atlético y hambriento; quiero el Jake La Motta gordo y violento.

Quiero algo que me aleje de la Octava avenida, de los miles de abrigos que flotan entre el Punto A y el Punto B, de las multitudes de seres al tamaño físico de Scorsese.  Quiero a DiCaprio salvaje. Un puro en la boca y una modelo en cada brazo.

Necesito la cura para el animal encerrado y asaltado por este invierno.  Necesito reanimar el grrr agresivo que no se ha formado en mi boca en la semana desde la muerte de Philip Seymour Hoffman.

Entro. Son las 11:30 y no hay Lobo hasta las 12:15.  Tarde, me perdería la cita.  Pero se me han acelerado las neuronas con la idea y ahora una peli es obligatoria.  No puedo no.

En AMC la oferta es pobre … Anchorman 2 sería de lejos la mejor de las … pero … ajá!  La nueva de los hermanos Coen!  (Y mejor, porque no he leído nada de la crítica ni he visto un trailer). Inside Llewyn Davis.

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Paso quince minutos sentado en la oscuridad y pienso, “Otra vez el hombre de los Coen.”  El título está formado por un nombre masculino y la cara de un hombre con ojos tristes bajo cielos grises domina el cartel. No me quejo. Me he acostumbrado a los Coen y me gusta su “Man”:

The Man Who Wasn’t There (El hombre que nunca estuvo allí, 2001) es un film noir al revés, pues le falta la figura central del héroe astuto, determinado y alcohólico.  En su lugar tenemos a un Billy Bob Thornton silencioso, sobrio y tímido, cuya esposa le ha puesto los cuernos con un petulante y mentiroso James Gandolfini y que se muestra bien crédulo ante cualquier charlatán (un vendedor de lavanderías que no existen, un abogado ostentoso, una escuela de música que promete la fama).  Sus únicos deseos, al parecer, son cortar pelo, enterarse de lo menos posible y sentarse al lado de una muy joven Scarlett Johansson.

– En A Serious Man (Un tipo serio, 2009) conocemos a un padre pasivo de algún suburbio del Midwest que no disfruta con sus hijos egoístas, su esposa insípida, su hermano lento, sus vecinos antisemitas, ni con las rutinas de oficina de su universidad.  Sin embargo, se despierta una mañana de la “edad de acuario” para descubrir que las cosas siempre pueden ir peor.  Mientras la banda sonora repite cien veces una línea conocida de Jefferson Airplane de la época (“When the truth is found to be lies …”), este hombre lo pierde todo.  No hay ni una sola escena que no sirva para rebajarlo: su carrera, su dinero, su reputación, el tamaño de sus tierras, hasta su salud.

– En Barton Fink (1991) un dramaturgo exitoso neoyorkino llega a Los Ángeles para hacer cine del proletariado, “para elevar al hombre trabajador”. Pero Hollywood frustra a Fink, quien nunca realiza ese guión sobre un campeón de lucha libre. Además, su modelo de hombre común íntegro (interpretado por John Goodman) resulta ser un asesino múltiple. El guión de Fink logra producir una crónica “true crime,” es rechazado por el estudio por deprimente y el personaje de Goodman – mientras incendia el hotel donde viven – describe a Fink como “un turista con una máquina de escribir.”

Llewyn Davis resultará ser otro man de este último modelo, un creador apasionado que solo vive para su arte y que en las manos de los hermanos Coen solo experimenta fracasos e insultos cada vez más humillantes. Para colmo, John Goodman (ahora interpretando a un viejo músico de jazz y drogadicto) reaparece para dar los peores golpes a quien considera un joven soñador perdido (y quizás también poco auténtico).  Al saber que Llewyn viaja a Chicago buscando un contrato para grabar música folclórica, le grita, “¿Y trajiste la verga?”

Mientras tanto le golpea con el bastón.

E insulta a su gato.

Y su estilo de conducir.

Después de cenar en el Illinois Tollway Oasis (una de las primeras “rest stops” de carretera de EEUU, hermosamente recreado en su apariencia de 1961), el jazzman Goodman colapsa por sobredosis, obligando a Llewyn a trasladar su inmenso cuerpo al auto.

Un policía les da entonces el alto y detiene al otro pasajero, a quien se lleva a la cárcel (con las llaves). Y Davis empieza a caminar bajo una impresionante tormenta de nieve.  En Chicago, mojado y cansadísimo, toca para el director de una discografía – hermosamente –, pero es rechazado.  No tiene personalidad de solista, le dice el ejecutivo.  Sería mejor que vuelva a su antiguo dúo.  (No puede; su partner se ha suicidado).

Y así va la película.  No hay golpe que no venga con un nuevo obstáculo, con un insulto, con otro insulto, … con un castigo, un rechazo, un varapalo …

El man de las películas Coen suele ser un Ulises asaltado por tal cantidad de pruebas que superan el número de minutos del metraje. En algunos pocos casos lo posee el “true grit,” ese coraje arquetípico del ídolo de matinée: Gabriel Byrne en Miller’s Crossing (Muerte entre las flores, 1990) por ejemplo, o Josh Brolin en la adaptación de No Country for Old Men (2007). Pero más frecuentemente se encuentra desamparado, perseguido, engañado, … y si logra vencer a sus circunstancias lo hace puramente por suerte.

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O sea, es un perdedor.  Queremos al Hombre, los fans de los Coen, pero el Hombre es Perdedor.

Pensamos en el porrero de El Gran Lebowski (1998), el ingenuo Norville Baines de Hudsucker Proxy (El gran salto, 1994), o el desesperado Jerry Lundegaard de Fargo (1996).

Como canta George Clooney y su banda de criminales fugitivos en O Brother Where Art Thou? (2000) – el único hit de una película de los Coen –: “I am a man of constant sorrow” (“Soy un hombre de constantes penas”).

Davis abre esta película con su propio tema, “Hang me, oh hang me, I been all around this world,” un clásico del country y el folklor (“Cuélgame, o cuélgame, he vagado por el mundo entero”).

En una entrevista en diciembre a los Coen, Joel y Ethan, les preguntaron sobre la conexión entre muchas de sus películas y el personaje de Ulises (en griego:”problemas”).  La odisea, respondieron, es un libro que tienen al lado de sus camas “para leer en algún momento.”  Ese humor ha sido siempre un aspecto de su atractivo.  Son buenísimos cuentistas y guionistas minuciosos, pero a la vez livianos en su toque y un poco fanboy en su devoción por el proceso de la evocación visual y auditiva de una época histórica.

En Inside Llewyn Davis la recreación de la Nueva York de los ’60 y el resurgimiento folklórico es perfecta, y desde mi asiento siento un profundo agradecimiento por la labor que han hecho los Coen para captar visualmente los rastros de esa era: los pocos callejones del Village que no han cambiado, la mesa con ventana del Café Reggio, y el Subway justamente en el momento en que empezó a pasar de la gloria de la edad de Gershwin a símbolo del declive urbano de los ’60 y ’70.

Además, la pura expresión del frío invernal rivaliza con la de Fargo.Los vientos se sienten.  Los cuerpos tiritan.  De repente quiero acurrucarme con el gato.

Pero el frío más fuerte se siente a través de este man, este Llewyn, cuya hermosura viene puramente de su voz conmovedora, sus ojos profundos y sus rizos excesivos.  Aparte de eso, es de lejos el héroe mas repugnante nunca creado por los Coen.  Con su mejor amigo – su único amigo, que le da donde dormir y le busca trabajillos – es canalla, mentiroso e incluso ladrón.  Deja embarazada a la esposa de éste y le muestra cero empatía en el momento del aborto. Se niega a perdonar a su padre, mentalmente disminuido. Maltrata a la hermana, que intenta ayudarlo. Se niega a visitar a su hijo. Incluso –en un episodio que abre y cierra la película– interrumpe con gritos e insultos el concierto de una folklorista del campo que ha llegado a Nueva York por primera vez.

Por ese último pecado, claro, es molido a palos. Y después lo vemos reemplazado en el escenario por otro músico neofolklórico de nombre galés. Desde la oscuridad aplaudo, aunque en parte no quiero.

Si no me equivoco, esta es la primera vez que los Coen parecen odiar a su man, aunque no lo admiten en las entrevistas.

Adentrarse en Llewyn Davis es tan insatisfactorio como leer la lista de drogas de la autopsia de Philip Seymour Hoffman.  Pero Inside Llewyn Davis ha sido el perfecto acompañante para este miserable día de invierno. Ha sido la perfecta dosis de odio para un chico que creció con Lebowski y Fink.  Ha ayudado a animar el animal dentro de este pecho mío.

Al final he visto el lobo que necesitaba ver y logro salir de nuevo a la calle con una cara agresiva ante los vientos de Midtown.

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Inside Llewyn Davis (A propósito de Llewyn Davis) se lanzó en DVD y Amazon Instant Video el 11 de marzo en USA.  Sigue en taquillas en varios países.

También en El Varapalo, sobre » A propósito de Llewyn Davis»: Un músico y un gato.

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