La casa de mi padre (Gorka Merchán)

¿Por qué todos los acercamientos del cine español al llamado problema vasco pecan (más allá de maniqueísmos o simplificaciones) de ser tan poco creíbles? Da igual que la aproximación al tema se limite a aderezar historias ficticias y darles una pátina de cine comprometido (“Días Contados” de Imanol Uribe o “Todos estamos invitados” de Manuel Gutiérrez Aragón), que el autor tenga el ánimo de recrear hechos reales (“Yoyes” de Helena Taberna) o que pretenda hacer cine de género a partir de los mismos (“El Lobo” y “GAL” de Miguel Courtois). El resultado, invariablemente, deja un regusto a falta de autenticidad, a acartonamiento, a realidad disecada, a discurso elaborado a base de lugares comunes más que superados por unos espectadores que van (espero) muy por delante de lo que nuestros cineastas (unas veces condicionados por sus miedos y otras por su simple incompetencia) les ofrecen. “La casa de mi padre” de Gorka Merchán no es una excepción a la regla sino que, lamentablemente, la confirma.

La historia gira en torno a Txomin Garay (Carmelo Gómez), un empresario vasco y antiguo pelotari que vuelve de Argentina a donde tuvo que huir tras ser amenazado por ETA. Le acompañan su mujer (Emma Suárez) y su hija Sara (Verónica Echegui). El motivo de su vuelta es la enfermedad de su hermano que, en el lecho de muerte, le pide que encauce a su hijo Gaizka (Juan José Ballesta) que se mueve en los círculos de la Kale Borroka y está descuidando su entrenamiento en el frontón, deporte en el que también apunta maneras como su tío.

A partir de esta premisa, el guión escrito por Iñaki Mendiguren pretenderá mostrar el conflicto desde los diferentes puntos de vista existentes en la sociedad vasca (según los autores de la cinta, claro): los amenazados, los amenazadores, las víctimas de la brutalidad policial, los familiares de los presos, los abertzales intolerantes, los moderados, etc, etc. Vamos, se pretende pintar un fresco colectivo lo más imparcial posible (lo cual tampoco es decir demasiado, para qué engañarnos) a través de la mera acumulación de posturas ideológicas más o menos diferenciadas y/o representativas.

Hasta aquí, todo muy loable, por supuesto: como lo es cualquier intento de huir del tradicional esquema de buenos y malos en este sub-genero (ya hay más de una veintena de películas que tocan este tema directa o indirectamente por lo que quizás vaya mereciendo la pena instaurar esta categoría). Sin embargo, los pecados de esta película no radican en sus intenciones sino en sus resultados y, ahí, el tándem Merchán-Mendiguren no se ha cubierto de gloria precisamente: estamos ante la peor película española de los últimos años y, a título particular, ante una de la más sonrojantes que he tenido ocasión de ver en varias décadas.

La caracterización de los personajes, la puesta en escena y la ambientación roza lo cómico… por no hablar del casting, inapropiado en el mejor de los casos y directamente delirante en otros. La elección de Ballesta como integrante de la Kale Borroka, por muchas clases de euskera que afirme haber recibido, resulta tan inverosímil como lo hubiera sido la de Tom Cruise para interpretar a Nelson Mandela. Y no sólo es su dicción lo que chirría… Actores muy válidos como Carmelo Gómez o Emma Suárez, naufragan también sin remedio en esta cinta, sobreactuados y aparentemente incapaces de creerse los forzados diálogos que les han tocado en suerte.

La resolución de muchas de las escenas también resulta sonrojante. Por ejemplo, los asesinatos, filmados de forma pretendidamente “sugerente” y/o «elíptica», resultan directamente ridículos tanto por lo previsible de su puesta en escena como por lo mal rodados que están… El asesinato fuera de cuadro del personaje de Alex Angulo es especialmente “reseñable” en ese aspecto… con toda la audiencia de la sala de cine esperando cuándo va a aparecer en pantalla el reguerito de sangre camino de la alcantarilla.

Las escenas de frontón, por su parte, con los personajes de Carmelo y Ballesta (supuestos fueras de serie) incapaces de pasar del “uno”, son una auténtica antología del disparate. Con decir que unos niños de corta edad que aparecen como extras juegan infinitamente mejor que ellos… Y digo yo, ¿los actores no podrían haber sido asesorados y/o entrenados por profesionales para recrear estas escenas con un mínimo de verosimilitud?  O tal vez no era la “verosimilitud” lo que buscaban los autores… Tan convencidos (como parece que estaban) de estar rodando la película definitiva sobre el problema vasco, quizás confiaban en que la carga emotiva de la cinta solventase esas pequeñas carencias en cuanto a “suspensión de la incredulidad”.

Sólo así (y tal vez por la escasez de presupuesto) se puede entender que, para la escena de la quema de un autobús, se use un modelo de los años 80 dentro de una escena que transcurre en el momento presente… Afortunadamente, no usaron un trolebús o un coche de caballos como blanco de las iras de la violencia callejera.

Especialmente significativa es la escena de Ballesta y Echegui en el gaztetxe, en la que los dos jóvenes rebuscan entre los CDs para acabar pinchando el “Lau Teilatu” interpretado por Amaia Montero (Ex-Oreja de Van Gogh) y Mikel Erentxun… cuando hay menos posibilidades de encontrar ese CD en un gaztetxe que de hallar la bibliografía completa de César Vidal. Para rematar la faena, la cancioncilla de marras suena hasta el hastío en esta cinta por una obvia imposición comercial de los productores (al parecer, Merchán quería incluir la versión original de Itoiz).

Pese a lo aparentemente anecdótico, este hecho ejemplifica a la perfección la distancia (en años luz) entre lo que se nos cuenta y su correspondencia con “el mundo real”… Porque si no supiéramos que Gorka Merchán es donostiarra, pensaríamos que acaba de aterrizar en un platillo volante procedente de Marte… Sólo así se pueden entender algunas escenas, que han quedado ya para la anteriormente citada antología del disparate, como la del joven borroka ataviado con su palestino bajo la ventana de su amada, penando de amor a los sones de una meliflua melodía (¿adivinan cual?). Yo personalmente, esperaba, para redondear el sinsentido, que el otrora protagonista de «El Bola» sacara de repente un laud y una capa negra con tiras de colores y, junto a la tuna de Empresariales, se pusiera a cantarle «Clavelitos» a la hija del empresario amenazado.

Pero que todo en esta cinta suene tan falso e impostado y que argumentalmente sea tan previsible (en aras, quizás, de un aplauso fácil que, por otro lado, dudo que consiga) no es lo peor de esta película… Lo peor, como creo haber dejado claro en las líneas anteriores, es la increíble torpeza con que ha sido realizada… Da igual la postura política con la que te enfrentes a su visionado, esta película resulta ofensiva… pero no para las ideas de nadie sino para su buen gusto como espectador.

PD: ¿Por qué, tras tantos años en Argentina, el personaje de Verónica Echegui habla como Di Stefano mientras que sus padres han conservado sus perfectos acentos… castellanos?

PD2: Para no pecar de negativo, una recomendación: “Sombras en una batalla” de Mario Camus con Carmen Maura y Tito Valverde. Trata tangencialmente el tema vasco (la excusa argumental podría haber sido cualquier otra, la verdad) centrándose en los personajes y es probablemente el filme más potable dentro de este sub-género, obviando quizás las seminales “Operación Ogro”, “La muerte de Mikel” o “La Fuga de Segovia” (que no han envejecido demasiado bien, en mi opinión).

PD3: ¿La tradicional torpeza del cine español para retratar la realidad política es real o simplemente nos parece que en otras cinematografías (estoy pensando evidentemente en la italiana) se consiguen mejores resultados, simplemente, porque hablan de personajes y situaciones menos cercanos a nuestra sensibilidad o conocimiento?

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