Cine: La vida de Adèle

Adèle es una adolescente que vive en Lille y se debate, como cualquier adolescente, entre vagos planes de futuro, pues aún lo tiene todo por resolver, y pasiones irrefrenables que hacen del presente un asunto fisiológico hasta el dolor.  Esto siempre ha sido así y la película de Abdellatif Kechiche, una de las imprescindibles del 2013 a tenor de los premios y la atención recibida, poco puede aportar al Bildunsroman, por lo que más allá de aspectos circunstanciales, como el ambicioso guión que ocupa las por momentos injustificables 3 horas de metraje, el sobresaliente trabajo interpretativo de Adéle Exarchopoulos (así se llama la protagonista) o la apuesta por un interesante neonaturalismo narrativo, la historia de Kechiche sigue los lineamientos de un género especialmente perfilado desde las tribulaciones del joven Werther.

20619464bLa clave de Adèle hay que buscarla en otra parte y resulta obvio encontrarla en su representación del sexo, porque el cine contemporáneo parecería trascender todos los límites de la imagen menos el que implica esa última frontera hasta ahora suscrita al ámbito de la pornografía. No obstante, junto a Adéle se anuncia la Nymphomaniac de Lars Von Triers, continuadora  de metrajes como Lust, Caution de Ang Lee o la cruda sexualidad, más supuesta que explícita, de La pianista de Haneke, que ya emborronaban las fronteras entre la ficción convencional y lo que Bataille caracterizaba como «abyecto» (mencionemos de pasada el Saló de Pasolini),  aquello que se muestra sin velos, lo demasiado evidente.

Las escenas de sexo en Adèle obran otro desplazamiento de fronteras, en este caso el que separa la pantalla del patio de butacas, tornado en ágora silenciosa donde cada uno de los espectadores se siente obligado a revisar sus propias represiones. ¿Debo escandalizarme ante lo que contemplo?, ¿entro en consideraciones sobre la justificación de este tipo de escenas, asumiendo que la representación del sexo difiere con respecto a una escena en un restaurante o una conversación en un auto?, ¿por qué me cuestiono esto, acaso no tengo normalizado el sexo como una expresión más de nuestra condición humana?

Temo no tener respuesta para ninguna de las preguntas anteriores, pero sigo con Bataille a mano: «la plenitud del sexo exige la evidencia de una transgresión», dice el francés, y a mi no me cabe duda de que la subversión de Kechiche cuenta con la prohibición previa, y que si el sexo  estuviera tan normalizado como un almuerzo de restaurante o una conversación en el coche no tendrían lugar tales escenas. Quizás tampoco existiría el sexo.

Tuve el impulso de escribir unas líneas que no se detuvieran en lo más evidente, como si yo mismo pudiera pasar por alto este centro de la represión y el deseo, pero luego pensé que no, que obviarlas sería un ejercicio más forzoso que hablar de ellas, pues son el eje  que hace girar el resto de la película, el exceso que significa todo lo demás. Sin el poder que irradian sobre la historia hablaríamos de otra película, mucho menos memorable, en la que Adèle estudia, o trabaja, o tiene los habituales problemas familiares, pero es que Adèle sobre todo desea, o quizás solo desea, que es lo que se oculta tras la aparente normalidad de esas charlas en restaurantes o de una conversación en el auto.

No nos engañemos. La película de Kechiche habla de una pasión sexual entre dos mujeres y de nada más. Cualquier otro elemento surge como excusa argumental por la que se despliega una obsesión que no admite competencia. ¿Es esto acaso un signo de los tiempos de la inmediated y la compulsión?, ¿un rasgo de una sexualidad por la que se infiltran los ritmos de la sobreexplotación capitalista?, ¿quizás un síntoma de una juventud entregada al hedonismo a falta de un proyecto de futuro? Tampoco podría responder a esto, pero sé que el placer y el dolor caminan de la mano.

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