La sustancia (Coralie Fargeat)

El cine gore devenido a éxito mainstream

La película comienza con un largo plano cenital de una acera en el paseo de la fama en la que se coloca la estrella de Elizabeth Sparkle y, como metáfora del auge y caída de la actriz, vemos pasar el tiempo y los estragos que éste causa sobre la estrella en el pavimento (de ser visitada inicialmente con admiración pasa a ser ignorada y pisada sin interés por los viandantes) reflejando la evolución de la carrera de la estrella de carne y hueso y el declive de su éxito. Una forma elegante de contarnos toda una vida en un sólo plano… Un prólogo magnífico.

Ahí acaba toda sutileza en “La sustancia” (2.024, Coralie Fargeat). La plumilla se torna brocha gorda a partir de ahora: esa estrella en el suelo, ya ajada por las inclemencias climáticas y el paso del tiempo, acaba manchada por la torpeza de un comedor de pizza al que se le cae su comida sobre ella y cuyos intentos de limpiarla no hacen sino esparcir aún más los restos pringosos de suciedad y salsa de tomate. Esto es lo que vamos a ver a partir de ahora y Fargeat lo deja claro desde el principio: podría daros crema (fílmica) pero, en su lugar, os voy a otro tipo de materia viscosa… otra clase de sustancia, vaya.

¿Demi Moore contra la industria del cine? Menos lobos…

“La Sustancia” se nos ha vendido como la venganza de Demi Moore contra una industria cinematográfica que la encumbró en los años 90 como una de sus estrellas femeninas más rutilantes para luego invisibilizarla, al alcanzar la edad madura y no encajar con los mismos estándares de belleza y juventud que la propia diva aprovechó (bisturí mediante) para su beneficio en sus años de esplendor. Pero no se dejen engañar: en “La sustancia” no hay subversión alguna, ni crítica de veras mordaz hacia el funcionamiento del star-system o hacia Hollywood como gran máquina heteropatriarcal picadora de carne joven.

Esa supuesta venganza de la intérprete resulta tan poco creíble como la de Elisabeth, su alter ego en la película que nos ocupa: al igual que ésta, Moore sólo está llevando a cabo un último y desesperado intento de reverdecer viejos laureles y saborear de nuevo la gloria del estrellato… Y a Moore (una actriz bastante mediocre, todo sea dicho), al menos, le ha salido muy bien la jugada al volver a acaparar titulares y premios. Por tanto, “La sustancia” realmente glorifica lo que aparentemente dice criticar.

Un delirio visual

A nivel formal, la película es un puro delirio que mezcla (plagia) sin rubor al Yuzna de “Society” con el Kubrick de “El Resplandor”, retazos de “Sunset Boulevard” (1950, Billy Wilder), la nueva carne de Cronenberg, algo de Lynch, del Dorian Grey de Wilde, el Frankenstein de Selley, el Fausto de Goethe, o incluso de Cenicienta… Referencias, referencias sin fin, para que la directora demuestre su background cinéfilo y/o cultural y nosotros, como espectadores, al reconocer sin problemas las más obvias, nos sintamos también un poco más listos.

El uso y abuso del gran angular, los colores chillones, la sobreabundancia de detalles en cada plano, los movimientos de cámara ora fluidos ora sincopados, los primerísimos planos casi pornográficos (ya sea de los glúteos de la versión rejuvenecida de la protagonista o de los morros de su jefe sorbiendo cabezas de gamba)… Todo en este filme busca la incomodidad del espectador y a fé que la consigue, especialmente cuando el gore toma el protagonismo absoluto del filme convirtiéndolo en algo ciertamente inusual dentro del mainstream actual.

Lo más subversivo de este filme es precisamente eso: que una película decididamente gore que, además, no escatima desnudos femeninos (con bastantes prótesis todo hay que decirlo) se estrene en multisalas comerciales es una absoluta rareza hoy en día (quizás lo fue siempre, este género siempre se vio abocado a los anaqueles de los extintos videoclubes y, hoy en día, a los festivales especializados).

Demi Moore es Elisabeth Sparkle

Que además sea la protagonista de la meliflua “Ghost” (1.990, Jerry Zucker) la que preste su otoñal anatomía a los excesos que plantea la directora Coralie Fargeat para convertir su cuerpo en tapiz en el que desarrollar deformidades sin cuento y provocar el asco en el espectador, no hace sino aumentar esa sensación de extrañeza. Los efectos especiales, en su mayoría prácticos, son realmente impactantes y los fans del género no podrán objetar nada en contra de la pericia técnica demostrada por maquilladores y diseñadores de prostéticos. Particularmente, desde “Martyrs” (2.008, Pascal Laugier) no había visto nada más desagradable.

La trama es sencilla: Elizabeth Sparkle, una actriz en horas bajas devenida a presentadora de un programa televisivo de aerobic (¿guiño a Jane Fonda, tal vez?), es despedida por su jefe al cumplir 50 años (cotizados, supongo), motivo por el que la cadena desea sustituirla por una presentadora más joven. Elisabeth sufre un accidente de coche sin consecuencias y recibe un misterioso pendrive de manos de un joven enfermero que le atiende en el centro médico.  En el pendrive, se le explica que mediante el uso de un extraño compuesto (la sustancia) podría disponer de una versión más joven y mejorada de sí misma.

Existen, eso sí, una serie de condiciones para el uso del suero milagroso (condiciones que el espectador avezado en las convenciones del género ya intuye que se van a incumplir inevitablemente): cada 7 días la versión joven debe volver a dar paso a la versión “vieja”, es decir deben alternarse para que todo vaya bien (de ahí mi referencia anterior a Cenicienta, por lo del tiempo limitado de, cómo luego veremos, supuesto «disfrute»). Elisabeth recoge el pack de “La sustancia” en la dirección indicada y procede a inyectársela.

Consulte a su médico. No dejar al alcance de los niños…

En una escena solo apta para estómagos fuertes (entre los que no se halla el mío), de la espalda de la estrella otoñal, emerge Sue (Margaret Qualley), una versión joven y escultural de ella misma. Mientras Sue acude al casting para el puesto vacante en el programa de aerobic del que fue despedido su alter ego maduro (consiguiendo el trabajo al instante, por supuesto) y vive la vida loca durante una semana, el cuerpo abierto en canal (y malamente zurcido por Sue) de Elisabeth yace inconsciente el mismo periodo de tiempo en una habitación oculta.

Los problemas surgen, como esperábamos, más temprano que tarde: Sue, en medio de una apasionada cita, estira demasiado el tiempo que le está asignado, inyectándose suero de la propia espina dorsal de Elisabeth, lo que motiva que ésta despierte con un dedo monstruosamente deformado, como prueba de lo que supone saltarse los plazos y normas establecidos por los suministradores de la sustancia.

A partir de aquí, como era de prever, la versión joven de Elisabeth (que no es tal, en mi opinión, como trataré de explicar en breve) continúa saltándose los plazos que le están asignados (y drenando para ello, poco a poco, el cuerpo de su inconsciente versión madura)  para disfrutar de más tiempo del éxito profesional y la atención/deseo masculinos. Esto va convirtiendo progresivamente a la versión original en un monstruo decrépito que ya no puede ni salir de su casa.

Elisabeth le regala una vida de ensueño a esta moza desconocida. ¿Tiene sentido?

Llegado a este punto de no retorno, Elisabeth habla por teléfono con el misterioso proveedor de la sustancia y éste le facilita un suero que le permite matar a su versión joven y no seguir degenerando (véase el disparate argumental) pero, llegado el momento, es incapaz de hacerlo, Sue se despierta y, por arte de birlibirloque, ambas versiones se enfrentan cara a cara provocando que se haga (aún más) patente un error argumental que echa por tierra la poca lógica que tenía la película: se trata de dos personas completamente diferentes, sus mentes son completamente independientes y no comparten recuerdos, así que… Si Elisabeth no es consciente ni conserva memoria alguna de la vida que Sue disfruta y de los placeres que su cuerpo joven y deseable le procuran, la trama no tiene sentido alguno. ¿Para qué sufrir terribles mutilaciones si va a ser otra persona totalmente ajena a ti la que recupere tu trabajo, tenga sexo con machos alfa, despierte la babosa admiración de poderosos ejecutivos, consiga fama y fortuna, etc…? ¿Qué sentido tiene? Respuesta: ninguno.

Los fans del gore la amarán…

Imaginemos el mejor de los escenarios: si a cualquiera de nosotros nos dicen que, a costa de pasarnos inconscientes tirados en el piso con la espalda abierta una semana de cada dos, un completo desconocido, más joven y apuesto, va a vivir una vida de ensueño de la que no vamos a tener experiencia directa ni recuerdo alguno… ¿Qué respuesta le daríamos a quien nos quisiera vender tan absurda quimera? Pues una bien sencilla: que se metiera su oferta por donde amargan los pepinos ya que eso es renunciar a la mitad de lo que nos quede de vida por nada, aparte de un horrible costurón en la espalda (y eso siempre que  nuestro alter ego no se comporte como un psicópata egoísta que se salta las normas establecidas por los proveedores de la sustancia y nos convierta en involuntarios iconos del “Body horror”).

Sobreactuada, demasiado larga y excesiva a todos los niveles, “La sustancia” amaga con un final que podría haber sido bastante redondo (aunque no hubiera salvado del sinsentido la obra) para extender su metraje una media hora extra que directamente toma el pelo al espectador, haciéndole dudar de si determinadas cosas son reales o imaginadas (con esto tontea, realmente, todo el filme) para acabar con una orgía de hemoglobina plagiada (¿o deberíamos decir homenajeada?) de la famosa y cruenta escena del baile de fin de curso de “Carrie” (1.977, Brian de Palma).

La directora Coralie Fargeat, abiertamente feminista, parece mostrar también un gran interés por conceptos como el “Horror corporal” o los “dobles” ya que ha tratado ambos conceptos, más o menos tangencialmente, en sus filmes anteriores. En el cortometraje “Reality+” (2.014) ya aborda la posibilidad de disponer de otra apariencia física durante un tiempo limitado y, en su anterior y primer largo “Revenge” (2.017), anticipa elementos (visuales y argumentales) que aparecen en “La sustancia” como el tema de los dobles, pues la protagonista, víctima de abusos sexuales, se transmuta, de alguna manera, en otra versión “mejor” de sí misma para ejecutar su venganza.

Bye, bye, coherencia argumental…

En “La sustancia”, Fargeat le da otra vuelta de tuerca a estos conceptos y los exprime, en mi opinión, excesivamente lo que impide que resulten eficaces a nivel argumental y narrativo. A nivel de denuncia feminista, no resulta creíble al caricaturizar en exceso a los personajes (especialmente los masculinos) y centrarse demasiado en virtuosismos técnicos y visuales que fagocitan cualquier discurso que pudiera subyacer detrás de éstos. Unido todo ello a sus múltiples inconsistencias argumentales, esta película no es sino un envoltorio muy elaborado y vistoso con muy poca sustancia en su interior (perdón por el chiste malo). Es obvio, para finalizar, que si una mínima parte del tiempo y esfuerzo dedicado a la epatante parte visual de este filme se hubiera dedicado a buscar y corregir incoherencias y agujeros de guión, estaríamos hablando de una obra algo más disfrutable, al menos para los fans del género fantaterrorífico.

 

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2 comentarios

  1. Totalmente de acuerdo con este señor que escribe.
    Y añado un detalle más. El único desnudo masculino lo protagoniza un jovenzuelo de esculpido cuerpo…con unos glúteos peludos que ni Paul Naschy en alguna de sus interpretaciones como hombre lobo.
    ¿Puede ser que el mensaje de la directora con este trasero peludo sea el de comparar al hombre con el mono?.

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